DESPIERTA
Todavía recuerdo cuando por primera vez desperté de esta especie de sueño preprogramado. Sin quererlo, me había adentrado en una realidad que escapaba a toda explicación racional. Cientos de datos en mis manos, historias fantásticas y un sinfín de información sin sentido que no encajaba con todos los conocimientos que creía eran los correctos hasta la fecha. De alguna manera, tengo que confesar que aquello me atrapó y me fascinó enormemente, envolviéndome sin darme cuenta en una espiral de preguntas y respuestas que parecía no tener fin. Una espiral que cada vez profundizaba más y más en un mundo que jamás habría imaginado, una realidad de la que dudaba si era la verdad que deseaba conocer o si, en cambio, haría bien en mantenerme al margen, siguiendo mi línea marcada y mis límites establecidos, siguiendo así con mi vida como había hecho hasta entonces, como si nada ni nadie hubieran interferido en ella. Porque aquello que estaba descubriendo, aquello que estaba absorbiendo mi mente a cada instante, como si de una plaga que invade tu cuerpo se tratase, me hacía ser cada vez y con cada paso que daba más consciente de que iba a verme obligado a replantear todo lo que había aprendido hasta entonces y a cambiar con ello el rumbo de mi vida para siempre.
La primera sensación fue extraña, me vino fugazmente aquella alegoría platónica conocida como “el mito de la caverna”, representación que se encuentra en el libro VII de La República de Platón y que su importancia radica en la exposición de conceptos y teorías que nos llevan a los cuestionamientos sobre el origen del conocimiento, el problema de la representación de las cosas y la naturaleza de la propia realidad. En ella se nos muestran un diálogo escrito en el que su maestro Sócrates y su hermano Glaucón hablan sobre como el conocimiento y la educación filosófica afecta a la sociedad y los individuos. Sócrates pedirá entonces a Glaucón que imagine a un grupo de prisioneros que desde niños se encuentran encadenados en el interior de una cueva, frente a ellos se observa una pared de piedra que refleja las sombras provenientes del exterior de la caverna y proyectadas por una hoguera que se encuentra tras ellos.
Estos hombres nunca han visto la luz ni han salido de la cueva por lo que su verdad absoluta es todo aquello que pasa proyectado por aquella pared y que por lo tanto se encuentra dentro de ese pequeño recinto en el que han permanecido toda su vida, escuchan los ecos exteriores por lo que para ellos todo parece tener sentido. Nada más lejos de la realidad.
Platón define esto como el grado más básico del conocimiento humano, el más banal, el grado de los sentidos. Aunque aquí no acaba el relato, y nos sigue narrando como por suerte uno de los prisioneros consigue escapar de las cadenas a las que ha permanecido amarrado durante toda su vida y logra con ello salir al salir al exterior donde ve por primera vez la luz del sol y los objetos reales.
En un principio como es obvio, se resiste a creer que ha vivido engañado durante toda su existencia, pero se da cuenta tarde o temprano que había estado viviendo bajo una ilusión proyectada.
Ahora, y con este conocimiento en mano teme volver al interior de la cueva porque el resto de sus compañeros será incapaz de aceptar y creer lo que tiene que contarles, pero aún así regresa, ya que siente la necesidad de mostrarles la verdad y tratar de liberarlos, el hombre en ese momento no puede ver bien, porque se ha acostumbrado a la luz exterior. Los prisioneros piensan entonces que el viaje le ha dañado y no desean acompañarle fuera. Platón, a través de Sócrates, afirma que estos prisioneros harían lo posible por evitar dicha travesía, llegando a matar incluso a quien se atreviera a intentar liberarlos.
La alegoría describe con esta historia y a la perfección ese sentimiento que muchos arrastramos desde el día en que vimos una realidad alternativa a la existente y describió además con ello a la perfección y de manera simple el sistema en el que estamos atrapados.
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